miércoles, 10 de noviembre de 2010

El miserable oficio de informar

*116 periodistas mexicanos ejecutados en 13 años…
*En el gobierno de Zeferino Torreblanca, siete corrieron la misma suerte y no hay detenidos…
*Reporteros y editores entre el soborno y el miedo…

Por Everardo Monroy Caracas

De 1987 a la fecha, han asesinado en México a 116 periodistas --seis en Guerrero durante el gobierno de Zeferino Torreblanca Galindo-- y en la mayoría de los casos no hay procesados o encarcelados. Los propietarios de los principales diarios, estaciones de radio y canales de televisión hacen política partidista y lucran con sus muertos. La burocracia mexicana, vulnerada por el crimen organizado, intimida, corrompe y ejecuta. Los primeros, recopiladores de noticias, nada pueden hacer ante este enjambre de intereses económicos y de poder.
    Pocos periódicos son administrados y dirigidos por periodistas honorables. La mayoría, como en el caso del estado de Guerrero, sirven a intereses oscuros, se venden al mejor postor. Los reporteros sobreviven con las migajas arrojadas por los políticos, burócratas, agentes ministeriales y policías. Mendigan su necesidad de reportear, influir ante sus lectores y suponer que son tomados en cuenta por quienes les pagan o corrompen.
    No es así. El periodista honesto no tiene cabida en los medios masivos de comunicación privados o públicos. Debe recurrir a los medios alternativos para externar lo que piensa u observa. También para sobrevivir recurre a la cátedra, la asesoría o a la producción de libros o guiones de radio, cine y televisión.
    Sin embargo, un alto índice de periodistas talacheros se hacen en la calle, en las redacciones de los periódicos o al heredar las cualidades reporteriles de sus padres o de algún familiar cercano. Desde la década de los cincuenta, en Guerrero, los periódicos o pasquines cumplen su ciclo reproductor de cada tres o seis años. Los aspirantes a cargos de elección popular, principalmente a gobernador, alcalde o legislador, forman su cuadrilla de aduladores o golpeadores en los periódicos y noticieros de radio. Tras cumplir su cometido se disuelven y un alto porcentaje de esos sicarios de la pluma terminan de burócratas mal pagados, de aviadores en nóminas secretas o abren un pasquín intemporal que sobrevive por la venia del jefe de prensa del gobernante en turno.
    Los barones de la droga, dueños de las franquicias de algunos partidos políticos o cargos de representación popular, invierten en el negocio del entretenimiento y en los medios masivos de comunicación. Meten a sus empleados o lugartenientes a las redacciones y administraciones de los diarios. Los reporteros se convierten en informadores políticos y son quienes alertan a los mafiosos sobre los operativos policiacos o militares desarrollados por un cártel contra otro.
    Conmueve comprobar que los periodistas terminan enviciados y prostituidos. Son auténticos consumidores de mariguana y cocaína y su capacidad crítica queda reducida al chisme, la diatriba y el manejo tendencioso de la información. La fuerza de la verdad, finalmente depende de la organización social y el nivel de politización del receptor de la noticia.
    En mis 33 años de periodista mexicano he sido testigo del deterioro ético y moral del oficio, en manos de los bucaneros de la información impresa, radial y televisiva. Tengo compañeros que ahora son editores, reporteros combativos o columnistas de talento, pero tienen un grave problema: son adictos a la cocaína, anfetaminas o mariguana. Por lo tanto, consciente o inconscientemente contribuyen con la violencia irracional que prevalece en México. Para acceder al enervante de su preferencia tienen que contactar con algún narcomenudista y el asunto entonces valió madres: dejaron de ser imparciales y objetivos al informar. 
    La sociedad politizada, la que lee periódicos, escucha y ve noticieros conoce la verdad. No es tonta. Sabe dilucidar entre un buen periodista o uno vicioso, transa, mentiroso y manipulador. Sin embargo, tiene que callar y silenciosamente, sin que nadie le sugiera hacerlo, compra su periódico o revista, busca la frecuencia de radio o canal de televisión preferido y avala o rechaza lo que ahí se diga. No hay de otra, de ahí que salga sobrando toda la perorata inútil y mentirosa de Felipe Calderón y los directivos de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), reunidos, el lunes 8 de noviembre, en Mérida, Yucatán. Así están las cosas en el país y principalmente en Guerrero. 



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