martes, 23 de noviembre de 2010

Don Quijote en La Chaveña

*De la Rosa Hickerson y el sorprendente arte de sobrevivir
*El Cereso: la dura escuela de los sicarios y viciosos…
*Editores, nada a la sociedad, todo para su bolsillo…

Gustavo de la Rosa Hickerson
Por Everardo Monroy Caracas

    El Cereso de Ciudad Juárez tenía una población de casi dos mil internos hacinados. El 85 por ciento seguía atado al infierno de las adicciones. Por lo tanto, el director del penal y sus celadores permitían la venta de mariguana, anfetaminas, cocaína y heroína. Así estaban las cosas cuando en 1997 me asignaron esa fuente en El Diario.
    Un abogado estaba al frente del Cereso: Gustavo de la Rosa Hickerson. Había aceptado el cargo, tras perder las elecciones de 1995 como candidato del PRD a alcalde de Ciudad Juárez. El panista, Ramón Galindo Noriega lo venció en las urnas y lo invitó a colaborar en su administración. Sus detractores ironizaban: de alcalde a alcaide.
    Sin embargo, De la Rosa supuso que desde esa posición burocrática entendería mejor los entretelones del poder judicial, en manos de jueces y ministros ya versados en convertir en una mercancía redituable los delitos inherentes al crimen organizado: secuestros, homicidios con premeditación y ventaja, asaltos a mano armada, pandillerismo, narcomenudeo, tráfico humano, violación sexual, fraude y cohecho.
    El penal se encuentra a treinta kilómetros de las instalaciones de El Diario y era necesario tomar dos autobuses para cubrir esa fuente informativa. Tenía que depender de la buena disposición de los reporteros gráficos, que contaban con vehículo propio, para no perder las noticias que ahí se generaran. Las oficinas de los juzgados penales también hallábase en la planta baja del Cereso. La odisea no era fácil, porque el reportero estaba condenado a perder su trabajo si el periódico de la competencia le ganaba cualquier noticia que Osvaldo Rodríguez Borunda, propietario de El Diario, consideraba de importancia.
    El director editorial y los jefes de información y redacción experimentaban un malévolo sentimiento cuando el reportero vivía bajo la angustia de no contar con un medio propio de transporte para recorrer las fuentes de información asignadas: juzgados penales, Cereso, agencias del Ministerio Público estatales y federales y hasta la cárcel municipal. Lugares disímbolos geográficamente y sin posibilidades de cubrir desde un cómodo escritorio y a través de la línea telefónica. El asunto era enfermizo.
    Tuve que aliarme con dos o tres reporteros gráficos y preocuparme por apoyarlos con gasolina y constantes invitaciones a restaurantes y bares. Así fue como saqué adelante mi trabajo y poco a poco empecé a crear mi propia red de informadores. En el Cereso logré ganarme la confianza de dos de los ocho jueces, pero a cambio de sus filtraciones informativas, tenía que callar ante denuncias que se presentaran en su contra. Lo mismo me ocurrió en la delegación de la Procuraduría General de la Republica y en el penal del estado.
    Los directivos de El Diario experimentaban otra realidad, la burocrática, cargada de insidia, ira contenida, frustración profesional y falta de respeto al trabajo del reportero. Nos convertían en simples maquiladores de noticias, sin posibilidades de alterar el orden establecido en las dependencias municipales, estatales o federales. Por ejemplo, cualquier asunto relacionado a las maquiladoras jamás era ahondado o destacado en los periódicos.
    Los pobres y viciosos seguirían siendo la veta fundamental de la noticia vendible del día. De la Rosa Hickerson, por el contrario, veía con impotencia que en el Cereso poco o nada podría hacerse para combatir las causas de la violencia que desmadraba ya a Ciudad Juárez. Hacer trabajo de inteligencia para las corporaciones policiacas tampoco contribuía en mejorar el estado de cosas, porque indirectamente las fuerzas oscuras, relacionadas al crimen organizado, también se allegaban ilegalmente de esa información. Así que optó por nadar de a muertito y dentro de sus posibilidades mejorar las instalaciones del inmueble carcelario y combatir la venta de heroína en el penal, por adictiva y lesiva en la convivencia interna.
    Trece años después, De la Rosa Hickerson continúa en una especie  de cruzada reivindicativa de la dignidad humana. Su vida personal y familiar es ejemplar, fuera de cualquier escándalo denigratorio. Por su formación académica e ideológica (¿socialdemócrata?) propugna por la legalidad y el respeto a la vida. Es visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos y por oponerse a la militarización de su estado, constantemente enfrenta amenazas de muerte de paramilitares, oficiales del ejército y de la policía preventiva, agentes ministeriales y hasta de narcos y sicarios.
    En 1981 abrió por primera vez sus rejas el Cereso de Ciudad Juárez y en 29 años ha sido el refugio temporal de miles de asesinos, hampones de cuarta, proxenetas, tratantes de blancas, traficantes de drogas, homicidas seriales, psicópatas y narcomenudistas. Los mismos que ahora pululan por las calles y ejecutan o son ejecutados por ser viciosos, pobres y sospechosos de pertenecer a algún cártel de la droga. El negocio de los editores de la prensa nacional e internacional sigue en jauja. Porque en los hechos jamás han invertido un centavo en impulsar el deporte, abrir guarderías para las madres solteras que laboran en la maquila o presidir alguna fundación que implemente programas preventivos en el consumo desmedido de drogas y a favor de la unidad familiar. En realidad, al igual que los propietarios de las maquiladoras, bares y centros nocturnos, son unos pinches parásitos de la violencia y de sus trabajadores. 

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