martes, 25 de enero de 2011

Los infiernos de un secuestro

*Un guatemalteco fue víctima de un comando paramilitar
*Sus padres pagaron un rescate de cincuenta mil dólares para obtener su libertad
*Ni siquiera en Estados Unidos se sentía seguro...   


Por Everardo Monroy Caracas

    El 28 de noviembre del año pasado tuvo que huir de Guatemala e intentar refugiarse en Canadá. Tres días estuvo secuestrado y durante su cautiverio lo violaron y humillaron. Desde Estados Unidos, sus padres pagaron 50 mil dólares para obtener su libertad. Rolando, a pesar de la oscuridad obligada, descubrió que sus secuestradores eran paramilitares y planeaban asesinar a simpatizantes de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca.
    En su historia de persecución, Rolando, de 23 años, aseguró ser de Champerico, población tropical ubicada a 40 kilómetros de Retalhuleu, y provenir de una familia dedicada a procesar mariscos y manejar una flotilla de lanchas pesqueras.
    En 1999, sus padres y dos hermanos se vieron obligados a vivir en Miami, Florida, ante el intento de secuestro de don Facundo, cabeza del clan. Dos de sus hijos, entre ellos Rolando, continuaron en Guatemala, bajo la protección de una familia mormona. Supusieron que ya no correrían peligro.
    Rolando quería ser piloto aviador y coleccionaba aeroplanos a escala de la segunda guerra mundial. Su cotidianidad en nada se diferenciaba a la mayoría de jóvenes de Champerico. Iba al colegio y trabajaba en una granja de agachonas, aves comestibles que eran exportadas a Belice. Los mormones la administraban.
        “Usted échele ganas al colegio, mi’jo”, le decía su madre. “Ya más grandecito se viene para acá y lo metemos a las fuerzas armadas para que vuele las aeronaves de los gueros”.
    Jamás imaginó la familia que un comando integrado por cinco individuos y encabezado por el teniente Carlos Arruza, había planeado secuestrar a Rolando y era objeto de una vigilancia permanente. La Policía Nacional llegó a esa conclusión en meses posteriores.
    En el boulevard principal, cerca del mirador, los paramilitares lograron su objetivo. Ante la mirada azorada de algunos peatones, Rolando fue levantado y arrojado al interior de una camioneta compacta. En declaraciones ministeriales, el muchacho señaló que lo sedaron y despertó ya sobre un viejo camastro, impregnado de orines y vómito, encadenado y vendado.
    La oscuridad era absoluta.
    El miércoles 8 de septiembre del 2007, en un tramo de esa avenida, frente al mar, quedaron abandonadas la mochila y la caja del avión a escala para armar. Jamás volvería a saber de ellas. En la mochila traía sus útiles escolares y un diario, regalo de su madrina, donde anotaba direcciones y temas tratados telefónicamente con sus padres.
    “¿Quién es Ñico?”, fue lo primero que le preguntaron.
    “Un amigo”, contestó.
    “Vos lo conocés bien?”.
    “Es hijo de un pastor”.
    “El pastor que le echa mierda al gobierno”.
    “No lo sé...”.
    Un golpe en la boca lo hizo escupir sangre.
    “Ustedes los mierdas ricos se creen dueños del mundo. Los mierdas marxistas y ustedes han destrozado mi país. ¿Sabés eso patojo jodido?”.
    Lo que ignoraba Rolando era que los secuestradores ya se habían puesto en contacto con su familia. Telefónicamente iniciaron las negociaciones para su liberación. Exigían 500 mil dólares y tendrían que depositarlos a la cuenta bancaria de los mormones y estos, a la vez, entregárselos en un punto del país que ellos indicarían.
    En el segundo día de cautiverio, los cinco hombres empezaron a alcoholizarse y fumar marihuana. Rolando escuchaba sus comentarios y risas. Constantemente hablaban de los guerrilleros que habían ejecutado y a quienes llamaban “huecos”. También dieron algunos pormenores del comportamiento del ejército y el presidente saliente, Alfonso Portillo. No los bajaban de corruptos y traidores.
    Llamaban “urnaguas” a los integrantes de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca e insistían que les darían “fuego” cada vez que los tuvieran a su alcance.
    “Uno a uno, así... uno a uno... y al hoyo. Limpiar este país de tanto ladrón y “hueco”?”, dijo uno de los secuestradores.
    “Los ricos son los dueños de los comunistas, ellos los compran para dividirnos y hacer negocio con la guerra. Los dos son quienes nos tienen así”, dijo su compañero.
    “Algo debe de hacerse ¿o no mi teniente?”, refirió un tercero.
    “Algo tenemos que hacer y ya lo estamos haciendo”, Rolando escuchó una cuarta voz, más sonora, cargada de autoridad.
    Esa noche, Rolando sufrió abuso sexual y varios cortes de navaja en los antebrazos y espalda. Hasta el día siguiente, su padre logró convencer a los secuestradores de que aceptaran cincuenta mil dólares y no los 500 mil.
    Los mormones participaron en la entrega del dinero. El operativo se realizaría en las afueras de la ciudad de Guatemala, por Los Cipreses. Los cincuenta mil dólares americanos tendrían que estar en billetes de cien y no nuevos. Una mochila blanca sería arrojada desde un helicóptero y ejecutarían al muchacho en caso de notar la presencia de algún militar o cualquier otra persona.
    La familia de Rolando estuvo tentada en solicitar el apoyo de la policía, pero un abogado les confió que el crimen organizado había vulnerado a la Guardia Nacional. Cualquier tipo de filtración informativa dañaría las negociaciones y difícilmente lograrían recuperar a su hijo.
    “Yo me sometería a sus reglas y me evitaba problemas. La delincuencia común ya está hasta en la médula de nuestras instituciones”, dijo el profesionista.
    Rolando fue liberado en Ixtan, cerca de Champerico. Unos lugareños lo rescataron al darse cuenta que estaba a la orilla de la carretera, desnudo y sangrante. Seguía con la venda en los ojos.
    En esos momentos la policía nacional intervino y auxilió a Rolando. Lo internaron en un hospital privado y de inmediato realizaron las indagaciones. El muchacho dijo lo que sabía, pero por recomendación de los mormones no dio más detalles que comprometieran a la familia. Después se enteraría que un teniente de la guardia nacional, Carlos Arruza, había planeado el secuestro.
    Rolando y su hermano tuvieron que ser separados. Por seguridad, el más pequeño fue enviado a Australia, mientras que el mayor viajó a Toronto, Canadá donde inició los trámites para aplicar como solicitante de refugio. Lo hizo, dice, porque en Estados Unidos también peligraba su vida. La delincuencia de Guatemala tiene nexos con pandillas hispanas, tan mortales como los Maras.
    “Mis secuestradores ya están ampliamente identificados y suponen que yo contribuí en ello. Por esa razón mi vida está en riesgo. Ahora tengo que hacerme a la idea de que aquí en Canadá debo salir adelante, mientras las cosas se calman para volverme a unir con mi familia”, dice Rolando.
    Desde que enfrentó los horrores del secuestro, el muchacho duerme poco y cuando lo hace tiene pesadillas. Lleva varias semanas bajo tratamiento psicológico y aún teme caminar solo en las calles. Supone que sus secuestradores aún lo buscan y no quieren liberarle su tranquilidad.
    Está triste porque hay certidumbre que difícilmente volverá a escuchar los rumores del mar en calma de su Champerico natal.
    “Estoy seguro que quedé sepultado en esa mochila roja que abandonaron mis secuestradores en la calle y donde estaban mis útiles escolares y mi añoranza de ser algún día piloto aviador”, dice y no logra contener su llanto.

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