lunes, 3 de enero de 2011

La peda de don Melchor…

Por Everardo Monroy Caracas

    El 1 de enero, un sábado sin actividad humana en las calles, convirtió a los borrachos en muertos vivientes. Un silencio absoluto en las habitaciones. Los excesos de alcohol y drogas, una noche antes, se hicieron evidentes. Un nuevo año había arribado y los propósitos de vida en nada alteraron la ansiedad de entender la diferencia entre una fecha y otra. Por lo pronto, la mayoría de bebedores y bebedoras seguían despatarrados, en un lecho impregnado de sexo, sudor y saliva.
    Los depresivos se aposentaron más temprano de lo indicado y los entusiastas, aquellos que logran coronar sus éxitos con la familia, festejaron el arribo del 2011 a la manera tradicional: una buena cena, champaña o sidra en demasía y toda la parafernalia pagana de encenderle ceras al año viejo, masticar doce uvas con sus propósitos, usar prendas de vestir especiales para atraer la suerte y alejar las enfermedades y, de paso, allegarse de algún artilugio banal para hacer del amor el mejor negocio del sobreviviente.
    --Algo mas don Melchor? Don Melchor…
    --Déjalo dormir, se le pasaron las copas…
    --En la madre, y ahora quien lo lleva a su departamento?
    --Elías, vive en el edificio contiguo….
    --Te dije que no lo trajeran, ya está muy cansado…
    --Pero es el jefe de nuestros maridos y es muy buen hombre…
    --Las zapatillas que traigo puestas, don Melchor me las regaló…
    --También las mías… no, si es muy buena persona, a pesar de no hablar nada de ingles…
    --Pobre, no entiendo por qué lo abandonó su señora, si es muy trabajador y gana bien…
    --Por tonto, para que se trae a esa cubana de veinticinco años y él ya rebasó los cincuenta… qué esperabas? La muchacha está muy bella y ya tiene los papeles….
    Don Melchor, con el moco escurriéndole por debajo de la barba, no cesaba de roncar con la boca abierta. Los siete comensales, compañeros en la bodega de calzado y al lado de sus respectivas esposas, dejaron de pensar en él y se avocaron a aguardar el arribo del 2011. En cuarenta minutos el 2010 quedaría atrás y la esperanza de una mejor vida, sin enfermedades ni tristeza, ya era parte del subconsciente colectivo.
    En Mississagua la nieve le daba su toque postnavideño al momento. En la mayoría de los ventanales de cada edificio la luz intermitente y los televisores encendidos le metían mas candela a la fiesta. En una semana todo aquello se olvidaría y por las noches, furtivamente, los pinos naturales serían arrojados a las calles y avenidas. Durante casi un mes engalanaron algunas casas y departamentos y bajo su fronda arroparon los regalos y pesebres alusivos al nacimiento de Jesús el Nazareno. Pura tradición y de la buena... Don Melchor recibió el 2011 con los pantalones mojados, la barba humeda por la baba e imaginando que lo atragantaban las aguas de un azul intenso, del Caribe... Estaba solo y a la deriva... muy solo...

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