jueves, 13 de enero de 2011

Edith: de babysister a stripper obligada

*Una familia de Mississagua enfrenta cargos por atentar contra la moral de su empleada y dañarla emocionalmente
*Durante cinco meses le sirvió a los Ferrara Caffey y tuvo que servirles en pantaleta y brassiere
*La empresa que la contrató en su país de origen no le brindó apoyo a la mujer

Por Everardo Monroy Caracas

    Canadá se convirtió en una pesadilla para Edith Gimena, de 24 años de edad. Nunca imaginó que al inscribirse a un programa de empleo temporal en Santiago de Chile, su vida daría un vuelco y enfrentaría los sinsabores del miedo, la vergüenza y el engaño. Durante cinco meses trabajó con una familia acostumbrada a permanecer desnuda en su casa y, por lo mismo, ella tenía que atenderla de la misma manera: sin ropa e impregnada de un láudano de esencias naturales.
    Su sueño de aprender inglés y obtener un poco de dinero para continuar sus estudios en la Escuela Nacional de Trabajadoras de Casa Particular, en Chile, no podrá materializarse por el momento. En la segunda semana de junio de 2010 tuvo que abandonar Canadá, sin que sus antiguos patrones, los Ferrara-Caffey, enfrenten cargos criminales y le den una indemnización por los servicios prestados.
    “Estamos trabajando en el caso para tratar de llevar a la corte a estas personas que jamás le advirtieron a su empleada, los requisitos laborales o su manera personal de convivencia dentro del hogar, al lado de sus hijos”, comenta el abogado Gary Miller.
    Los Ferrara-Caffey, propietarios de una pequeña empresa de limpieza, han guardado silencio al respecto e incluso uno de sus vecinos, quien auxilió en un principio a la jovencita, aseguró que el matrimonio y sus tres hijos tienen planeado vivir en Ottawa. Ellos radican en la avenida Atwater, cerca de Cawthra Road, en Mississauga.
    Edith Gimena es de un pueblito cercano a Santiago de Chile, El Arrayán, y por invitación de dos primas se inscribió en un programa de babysister o cuidado de niños. Durante seis meses recibió capacitación en la sede del Frente Nacional de Trabajadoras de Casa Particular. El curso le costó mil dólares canadienses y el compromiso de la organización era inscribirla a un programa de empleo temporal en Canadá, donde aprendería inglés y existía la posibilidad de relacionarse, ganar dinero y, con un poco de suerte, obtener la residencia en años posteriores. A principios de noviembre de 2008 le notificaron que había aplicado en un trabajo y que estaría de diciembre a junio del 2010 en un hogar de canadienses de Toronto. “La señora es originaria de Ottawa y el señor de Hawai, pero sus abuelos fueron españoles y habla un poco de castellano”, le dijeron.
    “Mi padre que arregla calzado logró conseguir más plata para que comprara mi boleto y no sufriera carencias los primeros días de estancia en Toronto”, comenta Edith Gimena. “El domingo 12 de diciembre llegué aquí y fui recibida en el aeropuerto por los señores y sus dos hijos adolescentes. Yo me encargaría de cuidar a su tercer hijo que tiene dos años y está enfermito”.
     Los Ferrara-Caffey la llevaron a cenar comida china y el señor le informó que ellos tenían una manera distinta de convivir en relación a la mayoría de la gente. “Me dijo que no me avergonzara si ellos y sus hijos andaban desnudos en su casa, pero era una costumbre sana para combatir el morbo y los prejuicios morales que provocan represión sexual y vuelven a las personas más violentas o amargadas”, recuerda la joven.
    Por el momento, ella no entendió la advertencia y tampoco creyó que al llegar a ese hogar tendría que ajustarse a un nuevo estilo de vida. Su asombro empezó al día siguiente, al levantarse, y encontrar desnudos a los señores. Estaban en la cocina. Tomaban café y leían el periódico. Ella guardó silencio, pero sintió vergüenza. Los niños, en esa ocasión, bajaron de sus cuartos uniformados para irse a la escuela. Desayunaron y abordaron el autobús escolar.
    “El señor me dio instrucciones de lo que debería hacer en la casa y cómo tratar al bebé que tenía problemas con sus bracitos. Me empezó a decir algunas palabras en inglés para que las repitiera durante el día. Al mediodía llegaron los niños y de inmediato se desnudaron y así estuvieron todo el tiempo en su casa. Lo mismo ocurrió con los señores al regresar de su trabajo. Esto para mí se volvió penoso y empecé a tener miedo”, comenta Edith Gimena.
    Una semana después, el señor le dijo que ya no podía andar vestida en la casa porque los niños hacían preguntas sobre su comportamiento. Si quería seguir en Toronto, le advirtió, tendría que ajustarse a las reglas de la familia. Edith Gimena se vio obligada atenderlos en brassiere y pantaleta. Incluso tenía que untarse en el cuerpo una crema que olía a fragancias florales.
    “Ya no podía dormir porque tenía miedo de que me fueran a violar de noche y más cuando me quedaba solo con el señor, quien ya no me miraba igual”, dice la joven chilena. “Su esposa también se hizo más enérgica y me decía en inglés que no era bueno andar vestida en casa. También me regaló una especie de tanga para que la sustituyera por la pantaleta”.
    El asunto se complicó a finales de mayo cuando la familia asistió a un retiro en Oakville, a casi 40 kilómetros de Toronto, cerca del lago Ontario. En esa ciudad se reunieron varias familias y durante un fin de semana todos los invitados convivieron desnudos. Edith Gimena tuvo que quitarse el brassiere ante la presión ejercida por los Ferrara-Caffey. “El señor me dijo que si no aceptaba quitarme el top al regresar a Toronto se acababa el contrato y tendría que irme de vuelta a mi país. También me reportarían por mala empleada y ladrona”, dice.
    Uno de los vecinos de Mississaua que es venezolano y electricista conocía el comportamiento de la familia. Por lo mismo, en varias ocasiones los había reportado a las autoridades de Toronto, pero nunca molestaron a los Ferrara-Caffey al argumentar que ellos jamás alteraban la tranquilidad de sus vecinos y tenían todo el derecho a no usar ropa en el interior de su casa.
    “En eso tenían razón”, dice el abogado Gary Miller. “Ellos están en su derecho de desplazarse sin ropa en cualquier rincón de su casa, pero al contratar a una persona ajena a la familia automáticamente infringen la ley y su actuar amerita requerimiento judicial y detención. Hay un hecho criminal en su comportamiento. La muchacha enfrentó mucha presión emocional y hay daño psicológico”.
    Edith Gimena decidió salirse de la casa y pidió apoyo a sus vecinos. Como la mayoría no hablaba castellano, la canalizaron con el electricista y éste buscó ayuda legal con un amigo. Los Ferrara-Caffey al tener conocimiento de la demanda, negaron los cargos y, por el contrario, acusaron a la mujer de ser indisciplinada, no cumplir con lo previsto en el contrato de empleo temporal y el haberle robado unas joyas a su esposa. Si no la denunciaron a la policía, argumentó el señor Ferrara, era por su apego a Dios. Ellos estaban obligados a no hacerle daño a sus semejantes, les declaró a las autoridades.
    La empresa chilena que contrató los servicios de Edith Gimena no apoyó el argumento de su paisana y, por el contrario, le confirmó al Ministerio de Inmigración y Ciudadanía, que ella había dejado de laborar con la familia Ferrara-Caffey y dependía del gobierno canadiense determinar su situación migratoria. El domingo 12 de junio tuvo que abandonar Toronto porque se le había vencido el permiso de trabajo.
    “Vamos a armar bien el caso y aunque Edith no se encuentra en Canadá tiene derecho a ser indemnizada. En dos semanas le notificaremos de lo ocurrido al consulado chileno para que el asunto trascienda y se investigue a fondo a esas empresas latinoamericanas que mandan gente a Canadá y las exponen a enfrentar todo tipo de vejaciones. Pocas veces se conoce a detalle la vida privada de sus clientes”, puntualiza el abogado.

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