viernes, 7 de enero de 2011

La industria de la apuesta y sus maquinistas del despilfarro

*Más de tres mil personas, la mayoría jubilados, invierten diariamente su dinero en uno de los casinos de Toronto
*Los fines de semana, medio millón de dólares ingresan al establecimiento
*Uno de cada cien, obtiene ganancias no mayores a los mil dólares

Por Everardo Monroy Caracas

    Las monedas empezaron a caer a tropel en el interior del vaso plástico. Fueron ciento sesenta y cada una tenía el valor de veinticinco centavos dólar. Carol Zheen había logrado recuperar algo de los trescientos dólares que invirtió esa tarde del domingo 2 de enero, en el casino de Woodbine, por Rexdale, en la parte noreste de la ciudad de Toronto.
    No todos los apostadores tuvieron la misma suerte de Zheen, ex asistente de archivos del gobierno local. Durante las más de ocho horas que jugaron en las maquinitas tragamonedas del casino, uno de cada 100, según estimaciones de expertos en ese tipo de apuestas, tuvo la posibilidad de ganar y no regresar a su casa con los bolsillos vacíos. Una parte del dinero de noventa y nueve jugadores permitió allegarse de recursos y la ganancia mayor la obtuvieron los propietarios del casino.
    “En Woodbine no sólo se apuesta en maquinitas tragamonedas”, explica uno de los encargados de la seguridad del Casino. “Aquí se transmiten carreras de caballos de cuarenta hipódromos del mundo y las apuestas son continuas. También hay apostadores de todo tipo de juegos profesionales, desde fútbol soccer, fútbol americano, box y hasta hockey sobre hielo. De todo tenemos aquí”.
    Un promedio de tres mil personas visitan diariamente este inmenso casino, de tres niveles. El ruido ensordecedor de las máquinas tragamonedas no cesa. La planta baja, vigilada por un centenar de agentes de seguridad, retiene a jugadores que en su mayoría son personas de la tercera edad, jubilados y pensionados.
    “Yo vengo aquí porque me distraigo y tengo la posibilidad de llevar un poco de dinero a la casa”, dice la señora Rosaura Cabrera, colombiana radicada en Canadá desde hace 30 años. “Actualmente recibo una pensión al trabajar casi toda mi vida en una empresa de revelado de fotografía. Yo era la encargada de la limpieza”.
    La señora Cebrera revela que dos veces al mes acude al casino y llega a invertir hasta 500 dólares. Tiene pasión por una máquina tragamonedas donde cada jugada es de un dólar con posibilidades de ganar hasta 15 mil. La cantidad máxima que ha ganado en los dos años que tiene invirtiendo en ese negocio, es de dos mil dólares. Fue todo un acontecimiento.
    “Yo he visto apostadores que se han llevado la bolsa mayor, o sea hasta siete mil dólares, con sólo meterle 100 dólares a la máquina. Es cuestión de suerte”, dice.
    En ese inmenso local alfombrado y con murales alusivos a la Inglaterra de la edad media, hombres y mujeres de cabeza cana y de todas las nacionalidades, tiene prurito por accionar las tragamonedas. Estratégicamente hay una treintena de cajeros automáticos donde los apostadores continuamente sacan dinero para no separarse del lugar, con la esperanza de recuperar lo que llevan perdido.
    La propia señora Carol Zheen, de origen asiático y viuda, asegura que casi nunca se conforman en ganar 100 o 200 dólares. La mayoría busca el premio mayor y eso es lo que los pierde. “Yo he logrado obtener hasta mil dólares y mi afán de obtener los 15 mil me llevan a la quiebra”, comenta y sonríe.
    En el segundo nivel, al que se llega por elevador o escaleras, hay una especie de sala de espera de una central camionera. En dos muros se han colocado cientos de monitores donde se presentan una diversidad de encuentros deportivos y carreras de caballos. La mayoría de los apostadores invierten en cada carrera o deporte de dos a 10 dólares con la posibilidad de llevarse entre 30 a 300 dólares.
    “Me gusta más apostar en las carreras de caballos porque me entretengo un poco más y mis pérdidas son menores”, dice Muhmamad Husayn, un ex corredor de bienes y raíces, ya pensionado. Es de origen iraní y no tiene hijos.
    “Con dos dólares que invierta en una trifecta puedo llegar a ganar unos 150 dólares. Normalmente gano 30 o 40 y pocas veces pierdo”, dice.
    En cada carrera de caballos, de cualquier de los 40 hipódromos que se transmiten en ese casino, se invierten 15 o 20 minutos. Los apostadores eligen el caballo después de que son presentados y conocen su historial. La competencia, ya en acción, se realiza en menos de tres minutos.
    En el centro de la sala de apuestas, hay un enorme mostrador circular donde se encuentran las cajeras receptoras de dinero. A cambio del dinero recibido, entregan los boletos que les garantizan el cobro de la apuesta, en caso de ganar.
    En un solo fin de semana, según el empleado de seguridad del casino, los ingresos brutos llegan a rebasar el medio millón de dólares. “Es impresionante la cantidad de gente que apuesta y no para de hacerlo casi toda la mañana y parte de la noche”, comenta.
    El señor Pedro Calleja, un español del mediterráneo, se encuentra de visita en Toronto y en 20 días ha ocurrido en dos ocasiones al casino. La primera vez perdió 600 dólares y en el momento de la entrevista, sin perder su sentido del humor, dijo que iba a la par, porque el negocio apenas le había logrado arrebatar 40 dólares y ya llevaba seis horas en el lugar.
    “Yo vengo a visitar a uno de mis hijos que es ingeniero aeronáutico y como siempre está trabajando con la nuera, prefiero venirme a distraer. Hay vecinos que no salen de aquí y decidí acompañarlos”, precisa, sin dejar de mirar la máquina en donde aparecen diversas figuras luminosas: números, soles, cerezas, vehículos y ojos.
    Las máquinas llegan a recibir billetes de cinco a 100 dólares que automáticamente se convierten en créditos. En el caso de la segunda cantidad, aparecen 400 créditos de 25 centavos cada uno. Los apostadores diestros van por la bolsa mayor y, por lo mismo, invierten un dólar en cada jugada. Los créditos pueden irse acumulando y al final se los devuelven en monedas doradas o en dinero virtual para seguir en la jugada.
    Hay una especie de fascinación por las figuras que no cesan de moverse y aparecer en la pantalla. Muchos optan por jugar baraja virtual en los monitores y jamás reflexionan si los programas están alterados o entran dentro de las posibilidades del triunfo. La empresa es la única propietaria de los ordenadores computacionales y eso lo saben quienes tienen proclividad por la apuesta.
    En la parte baja de cada maquina tragamonedas o de juego de baraja hay montones de vasos plásticos que son utilizados para recibir las monedas obtenidas. Al final, el apostador las lleva a una ventanilla y se las cambian por dólares.
    En Toronto y el Niágara Fall existen los principales casinos de Ontario y son precisamente los jubilados o pensionados sus mayores clientes.
    La señora Cebrera dice que la industria del juego se ha convertido en un entretenimiento para ellos, porque normalmente en su casa se aburren o no cuentan con la atención de sus familiares. Por lo mismo, la mayoría primero paga sus facturas, de vivienda o comida, y el dinero restante lo utilizan en la apuesta. “Tengo amigos que se pasan la mayor parte de la semana en el Casino y quiero decirle que no siempre pierden, porque hay compañeros que aunque sea cien dólares ganan y con eso se conforman. Ya sacaron lo del día”, puntualiza.

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