jueves, 9 de diciembre de 2010

Y ahora a los médicos un ¡arma poderosa!

El 'Gabo' presencia una operación del 
cerebro donde no abrieron el cráneo.

Por Gabriel Garcia Marquez

    En el plácido hospital de Sainte-Anne, en París, acabo de presenciar una operación quirúrgica trascendental que es al mismo tiempo una primicia informativa: una intervención en el tronco cerebral sin necesi-dad de abrir el cráneo. El paciente -un hombre de 59 años- conservó el uso de sus facultades durante las tres horas que duró la operación. Respondió preguntas y orientó a los médicos en su trabajo sin revelar ninguna manifestación de fatiga. Media hora después almorzó normal-mente.
    Sin embargo, se trataba de una delicadísima operación de alta cirugía destinada a destruir las estructuras cerebrales causantes de un Parkinson, enfermedad vulgarmente conocida como baile de San Vito. Hace algún tiempo la operación habría sido imposible. La aplicación de los métodos clásicos de la neurocirugía determinaba lesiones masivas en el manto cerebral, con graves riesgos en el momento de la operación y consecuencias irreparables en el estado general del paciente. Pero la ciencia no se dio por vencida.
    Hace diez años, dos cirujanos norteamericanos -Spiegel y Wydis- y un francés -Taillerach-, trabajando independientemente, aplicaron al hombre un método hasta entonces utilizado en la experimentación animal: la extereotaxia. Ese método consiste en calcular previamente -por medio de radiografías- la localización en el cerebro de las estructuras que se desean abordar, y destruirlas luego sin abrir el cráneo, por medio de una minúscula vía de acceso: un orificio del tamaño de una moneda de a centavo. La utilización de la radioactividad en los últimos años ha sido un complemento del método. El doctor Taillerach, un hombre sencillo, de apariencia despreocupada y un poco deportiva, fue precisamente quien dirigió la operación que acabo de presenciar.
    El primer tiempo de la intervención se dedicó exclusivamente a pro-vocar estímulos eléctricos en el cerebro del paciente. Previamente se había instalado en el cráneo rasurado un complejo aparato de precisión que permitió introducir los electrodos exactamente en el sitio calculado. En una operación de esta índole no se pueden permitir errores de localización mayores de dos milímetros. Ligeramente anestesiado en el momento de perforar el orificio, el paciente recobró posteriormente sus facultades y tomó parte activa en el proceso operatorio.
    Entonces se iniciaron los estímulos cerebrales. Ligeras descargas eléctricas en la estructura abordada para determinar las reacciones en la rigidez y el temblor de los miembros.
    -¿Qué siente?
    Perfectamente lúcido y sereno, el enfermo respondió:
    -Un hormigueo en el cerebro.
    Sin embargo, ese era el momento culminante de la intervención. Con una minuciosidad, una paciencia asombrosa, los cirujanos verificaron durante una hora la exactitud de los cálculos radiográficos. Los estímulos eléctricos estaban actuando exactamente sobre las estructuras que se necesitaban destruir. En un momento, en el curso de una descarga, cesó el temblor de las manos, la rigidez cedió. Eso tenía una significación precisa: los estímulos eléctricos estaban actuando directamente sobre las estructuras que producen el conocido y enervante temblor del baile de San Vito.
    A principios de siglo se habría podido llegar hasta ese punto, pero en cambio hubiera sido imposible ir mucho más allá. Faltaba un elemento esencial: la radioactividad. El mismo principio que ocasionó en Hiroshima 62.000 muertos en un segundo ha permitido a la ciencia dar un salto incalculable. En efecto, para destruir en el tronco cerebral, por los métodos clásicos, una estructura determinada, sería preciso no sólo descubrir el cráneo -"operar a cielo abierto", como dicen los especialistas- sino también seccionar la delicada masa encefálica hasta el punto de ocasionar la muerte del paciente. La sabiduría popular tiene una frase para calificar esa clase de recursos: "el remedio es peor que la enfermedad".
    En la actualidad la destrucción de esas estructuras es posible: basta con la introducción en el cerebro -y en el sitio exacto donde es preciso actuar- de una partícula de oro radioactivo.
    -¿Y después? -pregunto. ¿Qué será de un pobre hombre con un pedazo de oro en el cerebro? También la última respuesta es muy simple: -Una partícula de oro se puede llevar en el cerebro como se lleva un diente. (Publicado en la decada de los cincuenta en la Cadena Capriles de Venzeuela)

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