lunes, 13 de diciembre de 2010

El Mundo Feliz de Huxley en Mississagua

Por Everardo Monroy Caracas

    En Mississagua la influencia H1N1 vuelve por sus fueros. Las clínicas y hospitales se saturan de enfermos. Los niños son los más afectados. Conmueve ver el dolor en sus caritas, aguardando la atención medica. Diarrea, vomito, dolor de huesos y cabeza, son algunos de los síntomas.
    “Suero dulce y puros líquidos”, es la consigna. Hay que combatir la deshidratación.
    “Algún antibiótico, doctora?”.
    “Nada, solo analgésico para bajar la fiebre y quitar el dolor”, es la respuesta.
    Los padres se molestan, quieren antibióticos para sus hijos. Los médicos explican:
    “Solo podemos recetar antibióticos, si las fiebres no ceden, hay marcas oscuras en el cuerpo, los labios del paciente se amoratan y la diarrea o el vomito es imparable”.
    En octubre concluyó la campaña de vacunación contra la influencia H1N1, que antes se conocía como gripa porcina o aviar. Miles de latinos nos negamos a vacunarnos, al suponer que este mal no nos atacaría.
    El microbio de esta enfermedad se encuba y desarrolla en invierno. En Inglaterra ya cobró la semana pasada diez vidas. Niños y ancianos son quienes más riesgo enfrentan. La ONU informó que hasta agosto de este año, cerca de 20 mil personas  murieron por la gripa H1N1.
    En Wikipendia, leo: “El 30 de abril de 2009 la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidió denominarla gripe A (H1N1). Ésta es una descripción del virus: la letra A designa la familia de los virus de la gripe humana y de la de algunos animales como cerdos y aves, y las letras H y N (Hemaglutininas y Neuraminidases) corresponden a las proteínas de la superficie del virus que lo caracterizan.
    “El origen de la infección es una variante de la cepa H1N1, con material genético proveniente de una cepa aviaria, dos cepas porcinas y una humana que sufrió una mutación y dio un salto entre especies (o heterocontagio) de los cerdos a los humanos, para después permitir el contagio de persona a persona”.
    El asunto es que uno de mis nietos, de seis años, vive enclaustrado en el departamento desde hace tres días. El año pasado recibió la vacuna antigripal en México, pero aún así agarró el maldito microbio en la escuela primaria. La enfermedad lo está apaleando y observo su deterioro físico y emocional. Lo he acompañado a las visitas médicas y los doctores se niegan a proporcionarle antibióticos. Están a la espera de que los síntomas varíen y el sistema inmunológico de Prospero haga mejor su trabajo.
    En la clínica nos encontramos a niños que asisten a la misma escuela de Prospero. Las madres concluyen que ahí se inició todo el desastre, porque la mayoría empezó a tener los síntomas de la enfermedad el mismo viernes 10 por la noche.
    El gobierno canadiense esconde los hechos porque los noticieros jamás aluden el problema. Tampoco existen campañas preventivas. La gente es quien experimenta en carne propia la enfermedad. Los laboratorios hacen su agosto en invierno. Ecos del capitalismo vigente, en una sociedad de vampiros resguarecidos en instituciones financieras y grandes mansiones de Nueva York y el mediterráneo.
    El proletariado del mundo terminó como ratón de laboratorio y para el colmo, debe comprar sus propias vacunas para no experimentar más dolor. El Mundo Feliz de Huxley aún está vigente en Mississagua.

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