jueves, 16 de diciembre de 2010

Los senos de Karika

Por Everardo Monroy Caracas

    Hurgando en los archivos fotográficos de la laptop me reencontré con el pasado cercano. En una grafica registrada con el teléfono celular, Karika Amor sonreía y me enseñaba sus senos, rosados y enormes. Los carnosos pezones, color tabaco, me despertaron recuerdos vivos, húmedos, de gratas sensaciones.
    “Enséñamelos”, le pedí en esa ocasión, en el departamento de Venecia.
    Karika los deslizó por la parte superior de su blusa escarlata y quedaron expuestos, plenos y desnudos, ante mis ojos brillantes, de poseso.
    “Son tuyos”, me dijo.
    De inmediato abandoné el sillón de cuero negro, la tomé de la cintura y los engüi hasta saciar mis deseos. carnales Todo desencadenó en una intensa relación sexual que nos dejó adormilados, semiexhaustos. Por la noche, contrataríamos una góndola y navegaríamos en las aguas terregosas del Gran Canal. Karika deseaba cruzar a pie el puente de la Constitución y tomar un café capuchino en la plaza de Roma.
    La fotografía exhibía a una Karika descarada, ganosa de acallar sus calores uterinos. Difícilmente quedaba satisfecha y dentro de su historial sexual, llegó a ufanarse de haber experimentado en una sola noche ocho orgasmos consecutivos. El amante de ocasión, un norteño que piloteaba una avioneta Cessna 182, de dos plazas, jamás fue superado antes y después de aquel heroico episodio.
    --Y qué fue del piloto? –pregunté ya en la oscuridad del lecho.
    --Murió dos días después de nuestro encuentro, en un accidente aéreo y siempre creí que fue por culpa mía.
    Karika dejaba entrever su perfecta dentadura blanca, enmarcada en unos labios intensamente rojos. La rubia cabellera, revuelta y en rulos, pronunciaban mejor las líneas de sus grandes ojos aceitunados y una nariz respingona, bellamente trazada. Esa parte del rostro, la diferenciaba de todos sus hermanos y hermanas.
    “ Por qué mi nariz no es igual a la de mis hermanos y no saqué los ojos azules de mi padre?”, cuestionó Karika Amor a su madre. Tendría diez años de edad.
    “No te preocupes, tu eres distinta. Tus ojos y nariz son únicas”.
    La respuesta de doña Rosa no la tranquilizó y rompió en llanto. Ella no deseaba ser distinta, sino semejarse más al clan, a su padre de descendencia alemana.
    Que estará haciendo en estos momentos Karika?”, me pregunto sin dejar de divisar la fotografía que conservo en la laptop. La última vez que nos vimos fue en el aeropuerto de Denver, Colorado. Ella viajaría a México y yo partiría a Canadá.  Iba acompañada por un tipo chaparro, de traje oscuro y pelo grisáceo. Por lo mismo, evité acercarme para estrecharle la mano. Simplemente intercambiamos miradas e incliné levemente la cabeza en señal de saludo. La entereza de sus senos seguía intacta y era lo primero que observaban los caballeros al cruzarse en su camino.
    “Siempre que me miran los pechos de esa forma, me calientan un chingo”, me reveló Karika en Venecia.
    Tiempos aquellos, ya idos. Sin embargo, en la fotografía logré conservar el presente y en este caso, para mí, difícilmente ella envejecerá.   

1 comentario: