martes, 8 de febrero de 2011

Mississauga: Próspero y las manzanas azules

Por Everardo Monroy Caracas

    Próspero Fernando, de seis años, empezó a leer en ingles. Ayer sorprendió a su madre, una mexicana tepozteca. El niño llegó a Canadá en febrero de 2006 y enfrentó los sinsabores del idioma anglosajón.
    Primero estuvo en una guardería, “daycare”, y al mes tuvo que ser rescatado ante la agresividad de los niños afrocanadienses, dueños absolutos de ese territorio sin reglas. Su falta de ingles y el no estar lo suficientemente entrenado para acudir al sanitario, lo pagó con creces. Las educadoras fueron duras y lo atemorizaron. Su madre tuvo que aguardar un año para meterlo al jardín de niños y enfrentarlo a su nueva realidad.
    Indiscutiblemente el televisor fue el maestro leal y genial de Próspero. No solo le enseñó la mágica entonación y el significado de la lengua inglesa, sino lo aisló estratégicamente de la familia. Durante dos o tres horas, el niño entraba al territorio de Nunca Jamás… y, a la par de Peter Pan, Wendy y sus hermanos, interactuaba con caricaturas pacifistas y defensoras de la naturaleza. El canal 65 de televisión, Treehouse, las 24 horas del día emite programas infantiles, entretenidos y cuidadosos del comportamiento futuro de su audiencia.
    Próspero Fernando memorizó las últimas diez películas de Pixer y Disney, desde Nemo y Car a Tangled y Toy Story 3, y el interés por el castellano fue disminuyendo. Sin embargo, su madre, mexicana tepozteca, optó por defender su lengua materna y el niño, hasta la fecha, es bilingüe.
    En el primer año de primaria, Próspero Fernando tuvo que sortear nuevos obstáculos. En la lengua inglesa, la gramática y su entonación caminan por veredas diferentes. Así que el rigor de la enseñanza provocaba alteraciones de comportamiento y enojos excesivos en el niño. Tuvo que ser inscrito en una escuela de taekuondo para intentar sacar sus demonios. Logró obtener la cinta amarilla con una línea naranja, pero aún no lograba lidiar con el abecedario anglosajón y menos armar con este las palabras.
    Su madre tuvo deseos de llorar ayer, al escuchar, por primera vez, que Próspero Fernando leía y escribía. El propio niño quedó sorprendido cuando descubrió el significado de tres letras hermanadas y con una entonación diferente: “bus” (bas, se pronuncia). De inmediato la concatenó a su realidad: un bus (autobús) amarillo, de lunes a viernes, lo traslada a la escuela y siete horas después lo regresa a su departamento. El bus ahora es algo tangible y tiene su propia palabra mágica. Leyó una docena de frases, no solo palabras y les dio el sonido deseado.
    Poco a poco seguirá aprendiendo y escudriñando cada símbolo gramatical nuevo. Después, como un efecto natural, le interesará la lectura de una treintena de cuentos infantiles que le aguardan en su closet, regalo de familiares y vecinos. Próspero Fernando tiene un hermano de tres años que entiende un poco de castellano, pero únicamente logra comunicarse en ingles. Todas las tardes, mientras el primogénito hace su tarea, Julián lo acompaña en la mesa y se pone a dibujar. Algo bueno tendrá que salir de esa disciplina afectiva.
    Paulo Freire no compartiría el entusiasmo de la madre mexicana tepozteca por los logros pedagógicos de Próspero Fernando. Al final de cuentas, y discúlpenme si utilizo una oración tan recurrente, el niño está siendo entrenado para defender un sistema de vida, basado en el consumo, ahorro e inversión: el negocio, la especulación y la plusvalía al servicio de una clase social emprendedora, voraz y colonialista. De un tronco rojo, es posible que por un tiempo, se cosechen manzanas azules. Ni como impedirlo…

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