martes, 1 de febrero de 2011

Canadá;Fusilados/XII

Por Everardo Monroy Caracas


Había nacido dentro de él una oscura y
poderosa ansiedad, tan segura de que lograría
satisfacerse, como que un día la
muerte tendría que llegar.

Carson McCullers

El viernes 21 de septiembre de 1983, a la una de la mañana, Carlos Morales viajó a Toronto, Canadá. En el mismo vuelo fueron transportados ciento veinte ex combatientes salvadoreños y nicaragüenses. Algunos aún portaban parte del atuendo militar: gorras verde oliva y pañuelos de colores negro y rojo. La mayoría era gente tosca, de campo, acostumbrada a caminar largas jornadas con poco alimento y agua.
    Sin embargo, habían probado el sabor de la pólvora y la sangre de sus adversarios. Carlos, seis meses después de internarse a suelo mexicano, partía en medio de la oscuridad hacía un lugar desconocido, que lo acercaría un poco más a sus padres y hermanos, radicados en Nueva York. Su inglés, aún perfectible, le sería de gran utilidad para sobrevivir en su nuevo hábitat.
    El embajador canadiense, cuatro días antes de su partida, recibió a Carlos en su despacho y escuchó con atención sus demandas de apoyo.
    “¿Realmente quiere vivir en nuestro país, señor Morales?”, preguntó el funcionario.
    “Eso quiero”, confirmó Carlos.
    “Entonces así será. Estudiamos su caso y usted saldrá en el vuelo del jueves. Le deseo suerte y siga adelante con el inglés”, dijo el embajador y lo despidió con un cálido apretón de manos.
    Su asistente, una mujer de labios carnosos y enormes dientes, como espátulas, cuestionó a Carlos por la llamada telefónica del domingo.
    “Usted no sabe que es el único día que tiene para descansar y que fue una falta de respeto”, dijo imperativa.
    “Lo que usted no sabe señorita es que yo soy un perseguido político, que han asesinado a mi hermano y a mis mejores amigos y que de no salir de México, yo también puedo perder la vida”, respondió Carlos.
    La mujer tuvo que disculparse minutos después de recibier instrucciones del embajador para que lo insertara en la relación de pasajeros que volarían el viernes a Toronto.
    Alfredo no estuvo a su lado para despedirlo, porque el 9 de septiembre viajó a Vancouver y dejó atrás la pesadilla de El Salvador. La última vez que estuvieron juntos bebieron vino tinto, comieron jamón serrano y recordaron los buenos tiempos de su estadía en México.
    Las ausencias dolían porque cada uno contaba con un pasado trágico, cargado de violencia, y en sus respectivos países, los asesinos continuaban libres e intocables. Los salvadoreños abandonaban sus hogares y tras una turbulenta travesía, llena de peligros y lágrimas, lograban asilarse temporalmente en Costa Rica, de donde partían a Canadá, Australia o Estados Unidos.
    Lo mismo hacían algunos nicaragüenses, pero aparentemente su lucha armada había concluido al tomar el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) el control del gobierno. El dictador Anastasio Somoza huyó de Nicaragua. Primero se asentó en Miami, Florida y posteriormente, ante la nostalgia de seguir controlando el destino político de su país, compró una residencia en Asunción, Paraguay, donde en 1980 un comando guerrillero lo pulverizó de un bazucaso. Desde 1962, el FSLN inició la lucha armada y en 1979 y con ayuda de la opinión pública mundial logró vencer al somocismo e integrarse a un gobierno de reconstrucción nacional.
    Carlos y Alfredo experimentaron en carne propia los horrores de la guerra y su llegada a Canadá significaba una nueva oportunidad de vida. Su futuro era incierto y difícil, pero sabían que nada era comparable al miedo y encono experimentado en Guatemala y El Salvador.
    Los dos amigos se dieron un fraternal abrazo y prometieron buscarse al ingresar a Canadá. Sus compañeros de La Casa de los Amigos también se congratularon por aquel paso importante en la vida de Carlos y Alfredo.
    Durante el tiempo que Carlos colaboró con los cuáqueros, entendió el significado de ese movimiento pacifista, impulsado desde 1647 por el inglés George Fox, predicador de la doctrina “Cristo dentro”. En realidad se trataba de un movimiento laico que posteriormente se autodenominaría Hijos de la Luz, Amigos de la Verdad y finalmente Sociedad de los Amigos. Durante sus primeros encuentros algunos dirigentes se creían tocados por el espíritu santo y entraban en una especie de “locura interior”, al extremo de convulsionarse. De ahí el nombre de cuáqueros: To quake (temblar, en castellano).
    El escocés Robert Barclay fue quien dejó las bases doctrinarias de ese movimiento, a través del libro Apología de la verdadera divinidad cristiana. Eso sucedió en 1678. Les está prohibido jurar en vano e involucrarse en cualquier conflicto bélico.
    Los comités británico y estadounidense del Socorro Cuáquero Internacional, en 1947 recibieron el Premio Nobel de la Paz. Contaban con más de 300 mil miembros en todo el mundo, incluyendo México y Centroamérica, y su principal sede se encontraba en los Estados Unidos.
    Miles de inmigrantes canadienses, sobre todo latinoamericanos, le deben la vida y su actual fortuna a esa organización conformada por altruistas y luchadores sociales anónimos. Ellos se encuentran imbuidos en la máxima de no devolver con agresión, las agresiones recibidas. Su espíritu solidario a la causa de los derechos humanos, ha permitido sensibilizar gobiernos y abrirles puertas de esperanza a torturados y perseguidos políticos.
    La noche del lunes, Carlos le informó a sus padres sobre ese viaje y la posibilidad de reencontrarse con ellos en Nueva York. En ocho días, Lío cumpliría un año de haber sido secuestrado por militares vestidos de civil y ese hecho ensombreció la noticia del logró obtenido por Carlos.  Nada sabían aún del cadáver y los asesinos proseguían en la calle, tranquilos, amando a sus mujeres, besando a sus hijos y festejando con los amigos.
    Un bombero, amigo de la familia, les reveló que Lío recibió cinco balazos, cuatro en el corazón y uno en la cabeza, y las heridas fueron contabilizadas en el informe enviado al Ministerio de Defensa. Se lo comentó uno de los soldados que estuvieron ese 3 de marzo en el Cementerio Nacional. Incluso, el bombero explicó que existía un parte escrito, elaborado por el oficial encargado del fusilamiento y era posible ubicarlo en los archivos de los Tribunales del Fuero Especial.
    Los detenidos recibieron golpes y toques eléctricos durante la tortura, al extremo de ser metidos en neumáticos de tractor con agua sucia, conectados a cables de energía eléctrica. Carlos conocía los pormenores de la tortura porque el propio Lío lo resumió durante el encuentro del 2 de marzo. En esa ocasión, la enviada de Amnistía Internacional, Joan Morrison, no pudo contener las lágrimas al observar el estado deplorable de Lío y sus compañeros de sufrimiento.
    Mientras intentaba sacar adelante su carrera de contador público, Carlos vivió de cerca en Guatemala la detención y asesinato de amigos, maestros y vecinos: a la esposa de Carlos Meza, secretaria de un abogado defensor de los derechos humanos, la violaron y amputaron las dos piernas. Así la devolvieron el cadáver a sus familiares; Herber Sandoval, con quien jugaba fútbol en el colegio y barrio, lo despellejaron y en la carne viva aparecieron los pequeños manchones negros, producto de los cigarrillos que ahí apagaban; a Benvenuto Antonio Serrano, otro entrañable compañero de aula, lo secuestraron y desaparecieron. Estaba al frente de una organización de empleados bancarios. Lo mismo le ocurrió a César Santacruz, deportista y primer lugar en poesía en la Escuela de Comercio, a quien incineraron en el interior de su casa, tras ser demolida por dos disparos de mortero. Los militares consideraron que ahí se encontraba un reducto guerrillero.
    ¿En qué condiciones emocionales podrían encontrarse esos hombres y mujeres que volaban hacia Canadá en el Boeing 747 de América Airlines? En Chicago ya habían dado muestras de intolerancia y rebeldía al serles exigidos sus documentos migratorios para continuar el viaje.
    Su desconocimiento del inglés, les permitió liberar maledicencias en contra de los estadounidenses, a los que responsabilizaban de todos los crímenes y saqueos de su país. Un millón y medio de marines se encontraban dispersos en todos el mundo y una parte de ellos colaboraba con los gobiernos militares centroamericanos, a excepción de Nicaragua y Costa Rica.
    Carlos tuvo que hacer el papel de interprete y al reanudar el vuelo, en el asiento contiguo, intercambió palabras con un salvadoreño, René Martínez, primo hermano de Ana María, una chica que lo despidió en el aeropuerto internacional de la Ciudad de México. Huía de la guerra y le confió que en breve su prima lo alcanzaría en Canadá. Lamentaba que parte de su familia encontrara la muerte por apoyar la causa farabundista y soñaba con reconstruirse en el nuevo país para proteger a su familia del El Salvador.
    Exactamente a las 8:25 horas el pesado avión descendió en el aeropuerto de Toronto. Carlos observó los diminutos edificios y las arterias grises que arrastraban a un encambre de cucarachas metálicas. Corrían a gran velocidad por entre los caseríos y construcciones vidriadas. Le impresionó la movilidad y el trazo de la ciudad cubierta de zonas boscosas y lagos.
    En esos momentos, deseó con todo su corazón que Lío lo acompañara en el viaje. Le pareció demasiado injusta la manera como había sido involucrado en un intento de secuestro y chantaje.
    Reflexionó: ¿Qué pensaría la familia Peña Fratta-López al incriminar a un jovencito que apenas frisaba los 21 años y jamás se había relacionado en hechos criminales?  ¿Por qué a él? ¿La señora Silvia Ximena de la Peña Fratta en realidad reconoció a quienes supuestamente la secuestraron, violaron y chantajearon?  ¿Por qué entonces, Lío y los hermanos Marroquín González tuvieron el apoyo de la jerarquía católica, Amnistía Internacional y otras organizaciones defensoras de los derechos humanos, quienes clamaban un juicio imparcial y justo para los detenidos? ¿Por qué se aseguró que Lío fue arrestado en los momentos que supuestamente se cobraba “la extorsión” de cincuenta mil quetzales si su secuestro se realizó en las oficinas donde laboraba y varios testigos así lo confirmaron?
    Carlos aún guardaba una copia del comunicado oficial donde se informaba del fusilamiento de los seis muchachos. El mismo 3 de marzo había sido distribuido en las agencias noticiosas y periódicos nacionales e internacionales.
    Se leyó:
    “Esta mañana fueron fusiladas seis personas procesadas por muy graves delitos y condenadas a muerte en dos instancias por Tribunales de Fuero Especial, luego que la Corte Suprema de Justicia declaró sin lugar el recurso de Amparo interpuesto por los procesados.
    “La legislación guatemalteca contempla la pena de muerte únicamente para delitos graves perfectamente tipificados en nuestro ordenamiento jurídico penal, y se aplica en los casos en que la culpabilidad de los sindicados queda totalmente evidenciada en los procesos correspondientes.
    “En los juicios que se siguen en los Tribunales de Fuero Especial se observan todas las garantías del debido proceso, especialmente la del derecho de defensa, ya que los procesados son asistidos por abogados defensores desde el momento mismo de su indagatoria.
    “Los varios hechos delictivos cometidos por los procesados, tipifican la figura jurídica del terrorismo, el cual es conceptuado como crimen de lesa humanidad y por lo mismo repudiado por la comunidad internacional.
    “Tres de ellos, los sindicados, hermanos Walter Vinicio y Sergio Roberto Marroquín González y Héctor Morales López, fueron encontrados culpables de los delitos de secuestro, extorsión y de haber lesionado a su victima, la señora Silvia Ximena de la Peña Fratta de López, cuya familia fue obligada a pagar un rescate en dinero para lograr su libertad. posteriormente, los acusados extorsionaron a la familia para pagar otros 50,000.00 quetzales (50,000.00 dólares americanos) y su captura se logró cuando recibían el pago de la extorsión. Los tres fueron reconocidos en rueda de presos por la victima.
    “Carlos Subuyuj Cuc, Pedro Raxon Tepet y Marco Antonio González fueron encontrados culpables de los delitos de terrorismo y actividades subversivas, con plena y libre confesión en forma descarada y haciendo alarde de haber cometido los delitos de terrorismo que se les imputaron.
    “La pena de muerte existe en la legislación guatemalteca desde hace mas de cincuenta años y es aplicable para delitos graves que se cometen ahora cuando el país se encuentra en estado de siti y vigente la Ley de Orden Público, que es una necesidad jurídica para combatir la subversión y la delincuencia común que han puesto en los últimos tiempos en peligro la seguridad y estabilidad de la familia, la sociedad y del estado mismo.
    “Debido a las libertades ciudadanas, a los derechos del hombre y a las normas fundamentales que rigen la vida jurídica del país, evitando los abusos de poder, a fin de asegurar el régimen de derecho. En consecuencia, al declarar la Corte Suprema de Justicia, constituida en Tribunal de Amparo, sin lugar el recurso, quedaron firmes las sentencias dictadas contra los procesados y el régimen de derecho exigía el cumplimiento de las sentencias proferidas conforme a la ley de conformidad con el sistema de separación de los Poderes del Estado y en pleno ejercicio de la soberanía”.
    Lío jamás contó con la defensa debida, ni a sus familiares les permitieron tener acceso a su expediente. Todo se hizo a la sombra de un tribunal inquisitorio. El abogado de la familia Morales López logró interponer un recurso de Amparo ante la Corte Suprema de Justicia y únicamente logró retrasar cuarenta días el fusilamiento. Algo más: el expediente del proceso desapareció el mismo día que Ríos Montt fue depuesto por otros militares, bajo el mando del Ministro de la Defensa, brigadier Mejía Víctores.
    Carlos cortó sus pensamientos al chocar en la pista los neumáticos del tren de aterrizaje y el avión enfiló hacia el edificio cercano a la torre de control. La muerte de Lío lo tenía ahí, lejos de Guatemala, de sus padres y hermanos. Observó los rostros expectantes de sus compañeros de viaje. Algunos pegados a las ventanillas. Nadie hablaba mientras se realizaba la última fase del vuelo.
    Personal de inmigración y de la empresa Menpower aguardaban su descenso en la sala de aduanas y revisión. El sol empezaba a calentar el fuselaje y Carlos aún no lograba contener su llanto.

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