viernes, 29 de octubre de 2010

Guerrero Rojo: una historia de caciques/III

Por Everardo Monroy Caracas

III de XII

    Ernesto me buscó en el hotel Las Hamacas y exclamó, antes de cruzar la puerta de la habitación, que Rubén Figueroa Alcocer solicitaría licencia definitiva como gobernador ante el Congreso del Estado.
    ─Esto valió madres, amigo ─exclamó al tiempo de entregarme una cerveza de lata y dejar caer su pesada figura sobre la cama─. De nada servirán las pinches movilizaciones masivas de priistas programadas para hoy… Gente cercana al secretario de Gobernación ya me filtró que lo sustituye Ángel Aguirre Rivero. Entre mañana y pasado termina Figueroa en la guillotina.
    Ernesto llevaba sus inseparables bermudas  grises y una playera blanca con el rostro del Che estampado en el pecho. Traía arena en su cabellera entrecana.
    ─No chingues, el presidente del Comité Directivo Estatal del PRI, el cacique de Ometepec? Si hoy en la tarde le expresará todo su amor y respaldo al gobernador.
    ─El mismo cabrón, el que se hizo “guey” con la matanza de Aguas Blancas. Cómo la vez, mi cuate?
    ─La supo negociar Figueroa. Deja alguien de su partido y se cuida las espaldas… Son fiables tus fuentes?
    ─Imagínate, alguien muy, muy cercano al mismísimo secretario de Gobernación, (Emilio) Chuayffet. No hay marcha atrás. Al enterarse Figueroa que su compadre, el presidente (Ernesto) Zedillo había solicitado la intervención de la Suprema Corte de Justicia, decidió dejar la gubernatura. Chauyffet le sugirió hace una semana que buscara sucesor y Figueroa ni lo peló.
    En mi reloj de pulsera, regalo de mi comadre Remedios, comprobé que eran casi las once de la mañana. Ese domingo (10 de marzo de 1996) me entrevistaría con uno de los periodistas más avezados de El Novedades de Acapulco. Por cierto, muy briago el compañero. Mi jefe de información, oriundo de Guerrero, me lo había advertido:
    ─Métele medio cartón de cerveza antes de tocar el tema y después te habla hasta de lo que se va a morir su mamá…
    Y le hice caso.
    Por lo pronto, era necesario trasladarme a las oficinas del Comité Municipal del PRD y enviar un fax al periódico. En el Vips del fraccionamiento Magallanes, el de Gran Plaza tendría el encuentro con Rosendo Loyo. No tenía fama de puntual, pero le interesaba relacionarse con periodistas de Ciudad Juárez. Planeaba viajar a finales de noviembre a El Paso, Texas y le ofrecí un departamento para que se ahorrara el dinero del hotel y el restaurante. El acuerdo lo hicimos por teléfono y sin conocernos físicamente.
    ─Confirma lo de la licencia de Figueroa ─le sugerí a Ernesto─. No vaya a ser una “borregada” y quedemos como pendejos.
    ─Lo haré, no te preocupes. Los abogados y las viudas de los muertos de Aguas Blancas también se entrevistaron con (Porfirio) Muñoz Ledo y parece que sí va todo por esa ruta.
    Muñoz Ledo, en esas fechas era el presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRD. Desde la matanza del 28 de junio de 1995 presionaba para que el Congreso de la Unión aprobara la desaparición de poderes en Guerrero y que el caso lo atrajera la Procuraduría General de la República.
    Ernesto decidió continuar en mi habitación y contactar telefónicamente con un regidor priista de Atoyac de Álvarez. La alcaldesa de ese municipio, María de la Luz Núñez Ramos se había curado en salud y les permitió a los integrantes del cabildo escuchar dos conversaciones que tuvo por teléfono con Rubén Figueroa antes y después de la matanza ocurrida en el Vado de Aguas Blancas, en el municipio de Coyuca de Benítez.
    El asunto ya apestaba.
    En el desvencijado cuartel general de los perredistas porteños, en la zona dorada, la secretaria leía un Tvnotas y no tuvo inconveniente para que yo utilizara el fax. Sin darle tregua a su goma de mascar, me señaló el aparato que se encontraba en la oficina contigua. El dirigente de los vendedores de artesanías del zócalo, Martin Conde aceptó apoyarme y permitir que ese domingo utilizara las instalaciones del perredismo porteño.
    ─Voy a hacer una llamada de larga distancia, por cobrar ─le informé a la mujer gruesa, de cutis lastimado por el acné.
    Recibí un pujidito de respuesta.
    ─Así es, mañana pide licencia Figueroa ─me confirmó Rodríguez, mi jefe de información.
    ─Hace una semana los escenarios eran otros…
    ─Zedillo estuvo en Acapulco a mediados de febrero, dos o tres días después de que Televisa transmitiera el video sin editar de la matanza de Aguas Blancas…
    ─En gira de trabajo?
    ─No, un empresario del transporte lo invitó a una cena privada.
    Wenceslao Rodríguez era muy amigo del gobernador de Chihuahua, el panista Francisco Barrio Terrazas y fácilmente obtenía información privilegiada. Pese a su oriundez chilanga, no por pertenecer a la raza defeña, sino sureña, ya era bien aceptado por la clase política juarense.
    Los pormenores de ese encuentro, Zedillo-empresario, serian dados a conocer, el domingo 17 de marzo por el columnista de La Jornada, José Ureña. Su versión no variaba en mucho a lo revelado por Rodríguez.
    En 1978 trabajé en las oficinas centrales de Uno Más Uno al lado de Ureña: delgado, alto y muy solemne. Él provenía del estado de Jalisco, donde era corresponsal del periódico que dirigía don Manuel Becerra Acosta y que le fue prácticamente expropiado por el presidente Miguel de la Madrid Hurtado. Don Manuel terminó exiliado en España. 
    ─Qué le dijo Zedillo al empresario acapulqueño? ─intenté ahondar más sobre el asunto─. Porque aquí es un hecho que Ángel Aguirre sustituye a Figuera…
    ─Así es, Ángel Aguirre se va por la libre y parece que todo fue negociado con el PRD y el PAN. Muñoz Ledo y Felipe Calderón le dieron su aval… Aguarda ─Rodríguez hizo una larga pausa. Mientras, encendí un cigarrillo y observé los bostezos de aburrimiento de la secretaria─. Perdón, tuve que checar una nota… Te decía, los perredistas y panistas están de acuerdo de que Aguirre sea el gobernador interino…
    ─Por favor, dime más del encuentro de Zedillo con el empresario…
    ─Según mis fuentes, el empresario le preguntó si estaban en su ánimo los nombres de Nezahualcóyotl de la Vega, Porfirio Camarena Castro, Israel Soberanis y Guadalupe Gómez Maganda. Zedillo le aclaró que apreciaba a su compadre Figueroa y que jamás le pediría personalmente que solicitara licencia. Sin embargo, existía mucha presión interna y externa. Así que le dejaría el asunto a la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
    Ureña fue más explicito en su columna dominical, Clase Política. Escribiría:
    “(El empresario) le repitió la pregunta, en la soledad: “Qué piensa hacer con Figueroa?”. Zedillo se sinceró en la amistad: “Mira, yo nunca le voy a pedir que renuncie, que se vaya. Lo que yo espero que entienda es que para bien de Guerrero, por el bien de México y por el bien de su amigo el presidente de la república, que él solicite licencia”.
    “El empresario de la confidencia llevó el mensaje al propio Figueroa. No lo entendió. En la plática aceptó que tenía dificultades, pero invocó a su padre como fuerza moral para enfrentarlas y vencerlas.
    “Se le pasó el tiempo, la oportunidad. Su propio compadre acudió a la investidura presidencial para pedir la intervención de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) y ordenó la cita con el secretario de Gobernación.
    “Emilio Chuayffet Chemor platicó con él dos veces el lunes 11 de marzo. Por la mañana le trasmitió el mensaje, por la tarde o casi noche le pidió enviar su solicitud de licencia, y de inmediato se citó a sesión de Congreso”.
    En realidad, desde el domingo 10 ya circulaba la versión de que Figueroa negoció su salida: no habría persecución judicial, todo quedaría en escándalo mediático y estaría Ángel Aguirre al frente del gobierno guerrerense: hechura política del ex gobernador Alejandro Cervantes Delgado, de quien fue su secretario particular. No era la mejor carta de Figueroa, por sus diferencias en 1993 cuando designó a los candidatos de su partido a la alcaldía de Ometepec y la diputación del distrito de Costa Chica. Sin embargo, la gubernatura continuaría en manos del PRI y la dirigencia nacional de su partido --representada por Santiago Oñate Laborde— tenía el compromiso firme de cubrirle las espaldas.
    ─Okay jefe ─le dije a Rodríguez─, me retiro porque en diez minutos estoy con Loya y tienes razón, me dicen que es un reportero con conexiones confiables. La mayoría del gremio lo respeta por la veracidad de los datos que publica. Algo bueno a de salir…
    ─Ya me entregaron el fax con la nota. Ahorita la checo y si hay alguna duda te busco en el hotel… Cuídate y no abuses de las viejas y el alcohol… Y te lo lavas….
    Su risa ronca, de asmático (por los excesos de tabaco), retumbó y provocó involuntariamente que recordara nuestras andanzas de borrachos en la cabaña de Tony Cabrera. Religiosamente, todos los viernes, la mayoría de reporteros de distintos diarios de Ciudad Juárez nos reuníamos en la casa de descanso del director de comunicación social del IMSS.
    Un taxi me trasladó al Vips de la Gran Plaza y durante el trayecto observé el movimiento humano de la avenida Costera Miguel Alemán. El comercio se había apropiado de la bahía: restaurantes, centros nocturnos, tiendas y hoteles creaban una especie de fortificación  multicolor entre la arena y la banqueta. Inclemente, el sol arrojaba al mar a miles de turistas. Por el contrario, los lugareños centraban su atención en allegarse del dinero de sus bolsillos y carteras. Pasaban a segundo término aquellas aguas turbias y en constante movimiento. Una oda de Neruda tomó presencia y la repetí mentalmente mientras me dirigía a la cita con Loya.
    Aquí en la isla/el mar/y cuánto mar/se sale de sí mismo/a cada rato,/dice que sí, que no,/que no, que no, que no,/dice que si, en azul,/en espuma, en galope,/dice que no, que no./No puede estarse quieto,/me llamo mar, repite/pegando en una piedra/sin lograr convencerla,/entonces/con siete lenguas verdes/de siete perros verdes,/de siete tigres verdes,/de siete mares verdes,/la recorre, la besa,/la humedece/y se golpea el pecho/repitiendo su nombre./Oh mar, así te llamas,/oh camarada océano,/no pierdas tiempo y agua,/no te sacudas tanto,/ayúdanos,/somos los pequeñitos pescadores,/los hombres de la orilla,/tenemos frío y hambre/eres nuestro enemigo,/no golpees tan fuerte,/no grites de ese modo,/abre tu caja verde/y déjanos a todos en las manos/tu regalo de plata:/el pez de cada día…
    --Usted vive aquí?
    --Perdón?
    --Que si usted vive aquí –el taxista interrumpió mis pensamientos, el gozo por aquella vista vespertina.
    --No, por qué?
    --En la mañana esto estaba intransitable...
    Los priistas, encabezados por Aguirre, ese domingo tomaron las principales plazas de Acapulco y Chilpancingo para despedir  al gobernador constitucional. Figueroa estaba consciente de esa verdad. No habría marcha atrás. Aún así, haría una última demostración de poder. En política no hay nada escrito, repetía ante sus allegados el vetusto dirigente obrero, Fidel Velázquez. Todo podía suceder en cualquier momento.
    En el Vips, las mesas libres escaseaban. El naranja chillante me incomodaba. Después de ascender a la segunda planta intenté ubicar a Loyo. Un tipo gordo, de barba de candado y cabello largo y relamido, me observaba insistentemente. A su lado, descansaban una grabadora, dos libretas y un libro. Me le acerqué. La mesa y los dos largos sillones naranjas estaban empotrados al muro y bajo el alfeizar del ventanal.
    ─Loyo? ─pregunté con timidez.
    ─El mismo que calza y viste, compañero Moisés…
    ─Le agradezco su puntualidad…
    ─Estamos en la misma sintonía y por única vez prometí romper mi norma y llegar antes de la hora acordada… ─Rosendo Loyo acompañó sus palabras con una sonrisa descarada. Sus enormes dientes amarillentos confirmaron su desmedido amor al tabaco─. Me imagino que ya está enterado de que Ángel Aguirre fue el favorito del ingeniero Figueroa…
    ─Eso es lo que cuentan…
    ─Lo que no le han contado es que uno de sus paisanos de Chihuahua fue el que inició la balacera de Aguas Blancas, en un acto provocativo, y hasta la fecha el hijo de la chingada se hizo ojo de hormiga o ya le partieron su madre…

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