jueves, 28 de octubre de 2010

Guerrero Rojo: una historia de caciques/II

Por Everardo Monroy Caracas

II de XII partes
Yo lo viví, nadie me lo cuenta. Tan claro es que he decidido dejar constancia escrita de lo ocurrido. Estoy en el exilio, sin mar de por medio y añorando los tumbos de la marea veraniega sobre el arenal cenizo de los atardeceres de Acapulco. Bebo cerveza de tarro y a través del ventanal de barrotes rojizos observo la concurrida avenida de Dundas. Hay bullicio en el exterior y por un momento abandono el libro virtual que leía, una extraordinaria biografía de Karl Marx, escrita por el periodista Francis Wheen.
    En la acera de enfrente hay un restaurante con mesas circulares en la terraza. En una de ellas dos jóvenes, hombre y mujer, están sustraídos en su amor y deseo. No hay tregua con los besos y arrumacos. Ambos son rubios y de pinta sajona. En esta parte de la ciudad viven  familias portuguesas e italianas. Por lo mismo, no es muy común ver personas con esas características físicas. Ernesto Ponce Carrillo, un compañero de oficio y gusto por la cerveza mexicana, en 1993 me había sugerido vivir en Toronto. Nunca imaginé que ese día llegaría y menos en la condición migratoria de refugiado político.
    Tres semana antes de iniciar estos apuntes, Ernesto me envió un correo electrónico desde Barcelona para informarme que viajaría a Acapulco en plan de trabajo. Su periódico, La Vanguardia, lo había comisionado para cubrir el proceso electoral que estaba en puerta en el estado de Guerrero. “Necesito que me eches la mano con algunos datos de los personajes que ahorita son los más influyentes en la política de Guerrero”, pidió en una parte del texto.
    No dudé en apoyarlo. Nuestra amistad existía desde sus tiempos de reportero en el diario mexicano El Universal. En la década de los ochenta yo era corresponsal de un importante periódico de Chihuahua y radicaba en Cuernavaca, Morelos. Antes habíamos coincidido en el vetusto edificio de Fresas 13, donde laborábamos como periodistas de la revista semanal Proceso. Sin embargo, en esas fechas jamás cruzamos palabra porque constantemente él era enviado, como reportero investigador, a distintas ciudades del país. Su esposa Jennifer, también periodista, procedía de una familia morelense, precisamente de Tepoztlán.
    Me dolía confirmar que la violencia, la miseria y las adicciones seguían vulnerando la tranquilidad y bienestar de los guerrerenses. Continuaban decidiendo su destino moral y económico, los mismos personajes de poder, solo que ahora más viejos y algunos abotagados por los excesos de alcohol y promiscuidad sexual. El mismo carrusel burocrático de siempre: unos ascendían y otros descendían, hasta que la muerte acortaba su ambición y avaricia y le heredaban el puesto (o “hueso”, como se dice coloquialmente en México) a alguien de su parentela.
    Cada tres años, durante varios meses, los guerrerenses eran bombardeados de propaganda ramplona, mentirosa y manipuladora. Un ejército de políticos mendingan el voto ciudadano y utilizan a la prensa escrita y electrónica para magnificar sus promesas de “cambio” y de “compromiso social” (así, entrecomillados los conceptos por ser tan ambiguos en la boca de la burocracia política).  El Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) --fundados en 1929 y 1989, respectivamente-- eran quienes tenían el monopolio del poder político y administrativo de los ayuntamientos, congreso local y el gobierno del estado. El Partido Acción Nacional, parido en 1939 por un abogado de banqueros, difícilmente cuajaba en el imaginario guerrerense. Ni la clase media, no muy extendida en esa parte del país, se identificaba con la doctrina democratacristiana y una de sus vertientes: la ultraderecha.
    En 1996, Ernesto y Jennifer fueron enviados a Guerrero para cubrir los acontecimientos políticos del momento: la posible renuncia y encarcelamiento del gobernador Rubén Figueroa Alcocer. Lo consideraban el autor intelectual del asesinato de diez y siete campesinos de la sierra de Atoyac.  La masacre había ocurrido el 28 de junio de 1995 y fue perpetrada por más de cuatrocientos policías judiciales y uniformados, bajo las órdenes directas del comandante Manuel Moreno González, entonces director de Protección  y Vialidad del Estado.
    El domingo 25 de febrero de 1995, en el programa Detrás de la Noticia del canal 2 de Televisa, se transmitió el video completo de la masacre. El material fue filmado por el delegado de Gobernación del estado, en la Costa Grande, Gustavo Martínez Galeana. Figueroa nunca imaginó que Televisa seria la guillotina fraguada por sus adversarios políticos. Únicamente faltaba la presencia del verdugo que bajaría la palanca para su decapitación.
    En el diario donde yo laboraba intuyeron que en Guerrero iba a suscitarse una nueva revuelta política y seguramente antes de ser depuesto el gobernador, habría movilizaciones sociales, enfrentamientos y hasta muertos y heridos. Por lo mismo, me dieron instrucciones para que me desplazara a Guerrero y, de ser posible rentara un departamento.
    Figueroa difícilmente entregaría el mando administrativo, su cetro de poder, sin dar la batalla. Antes de ser decapitado, utilizaría a su favor todos los recursos que tenía en sus manos: dinero, partidos políticos, policías, prensa escrita y electrónica y a un ejército de leguleyos: burócratas, ministros, jueces, legisladores, dirigentes sindicales, etcétera. Precisamente uno de sus alfiles de confianza era el ex diputado federal y dirigente del PRI en el estado, Ángel Aguirre Rivero. El mismo que le había jurado lealtad  y ofrecido su amistad sin condiciones. En el mitin del domingo 3 de marzo de 1996, Ángel Aguirre hizo una férrea defensa de su jefe político. En una parte de su encendida perorata, expresó:
    --Queremos decirle a la nación y al presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos que los guerrerenses, todos, no vamos a permitir que se siga desprestigiando al gobernador Rubén Figueroa... El trabajo del fiscal especial, Varela Vidales, es una investigación seria... Estamos dispuestos a todo para demostrarle en cualquier momento a la nación el respaldo del pueblo a nuestro gobernante!!!
    El conocer de cerca toda esa realidad política de Guerrero, me permitió darle una respuesta afirmativa a Ernesto. De inmediato me avocaría a transcribir algunos párrafos de mis diarios personales y haría las comparaciones correspondientes de cada personaje aludido durante los acontecimientos políticos de 1995 al 2010. Figueroa seguía siendo el titiritero principal de la clase gobernante y de las dirigencias partidistas y de organizaciones gremiales, relacionadas al PRI. Desde el más humilde regidor  o alcalde, hasta el gobernador del estado se allegaba de sus querencias y consejas. Era intocado. Uno de sus vástagos, del mismo nombre y apellido, seguía sus pasos: en el 2003, al igual que su padre, se estrenó en la política de partido como diputado local. En unos años más, de seguir con vida su protector filial, conseguiría una curul en el senado de la republica y de ahí se catapultaría como candidato a gobernador.
    Los escritos de Maquiavelo, en manos de Figueroa se materializaban. Por ejemplo, sabía manipular las apetencias ocultas de poder de sus adversarios y la necesidad de allegarse de dinero fácil, “sin quebrarse el lomo”, como la mayoría de jornaleros y trabajadores asalariados.
    “Usted nada mas póngame donde hay (en alguna dependencia publica, aunque sea la más modesta) y yo me encargo del resto”: la socorrida demanda de los buscachambas de la política partidista.
    “Si el partido principal, sea el pueblo, el ejército o la nobleza, que os parece más útil y más conveniente para la conservación de vuestra dignidad está corrompido, debéis seguirle el humor y disculparlo. En tal caso, la honradez y la virtud son perniciosas”, recomendó el filosofo e historiador florentino.
    Y agregó en otro texto de su importante tratado sobre el poder publico:
    “Un príncipe... Jamás predica otra cosa que concordia y buena fe; y es enemigo acérrimo de ambas, ya que, si las hubiese observado, habría perdido más de una vez la fama y las tierras”.
    Y Figueroa las aplicaba sin ningún remordimiento. Era un maestro en comprar conciencias y lealtades, un corruptor profesional.
    “Divide para reinar”, también sugirió Maquiavelo y en Guerrero, aquella consigna era un asunto recurrente en manos de Figueroa.
    Durante dos fines de semana revisé mis diarios personales de 1995 al 2000 y extraje nombres, fechas y hechos que pudiesen enriquecer el trabajo periodístico de Ernesto. Le envié el material y algunos links de Internet que le facilitarían la obtención de más documentación y contactos confiables al pisar tierra guerrerense.
    Ernesto en 1995 se instaló en un hotel de Acapulco y por su  amistad con una de las hijas del ex presidente de México, José López Portillo me consiguió una habitación a un costo simbólico. El periódico invertiría lo mismo o menos que la renta de un departamento y yo no tendría que hacer trabajo doméstico y llamadas telefónicas en casetas públicas.  Sin embargo, la sede del gobierno del estado no era Acapulco, sino Chilpancingo y en esa ciudad-capital radicaba Figueroa y su séquito de poder. Ernesto solucionó el entuerto.  Los directivos de El Universal le proporcionaron un vehículo y dinero suficiente para alimentarlo de gasolina y lubricantes. En mi caso, un compadre, empleado de Caminos y Puentes Federales de Ingresos y Servicios Conexos  (Capufe), me facilitaría una tarjeta especial para evitar el pago de casetas por la autopista del Sol. Esa sería mi aportación durante el tiempo que permaneceríamos –Jennifer, Ernesto y yo—en Guerrero.
    La nueva aventura periodística de Ernesto estaba por iniciarse. No creo que le entusiasmara mucho. En el fondo, su verdadera motivación era reencontrarse con sus tres hijos, ya profesionistas y aún arraigados a su  madre, Jennifer, de quien se divorció en el 2003. Ahora tenía otra familia en Barcelona y su segunda esposa, española de nacimiento, le ayudó a obtener la ciudadanía europea. El director de La Vanguardia se interesó en los asuntos internos del estado de Guerrero, no por las elecciones que tendrían lugar el 30 de enero de 2011. El propósito fundamental era otro: intentar entrevistar a los comandantes del Ejército Popular Revolucionario (EPR) o del Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI). En el consulado mexicano de Barcelona les informaron que ambos grupos armados tenían su sede en la sierra guerrerense.
    El material que logré recuperar de los diarios personales, despertaron mi interés por armar una breve memoria escrita sobre lo ocurrido en esos años aciagos de Guerrero: la salida de Figueroa del gobierno del estado y la designación de su sucesor, Ángel Heladio Aguirre Rivero. De paso, con ayuda de documentos obtenidos de diversas organizaciones no gubernamentales y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, intentaría reconstruir los tres años de gobierno del Aguirre, también conocido por la izquierda guerrerense como “El cacique de Ometepec”.  Durante ese lapso, tampoco faltaron los crímenes políticos, las desapariciones forzadas de luchadores sociales y las denuncias de corrupción oficial y más miseria en la zona rural y en los asentamientos irregulares de las principales ciudades del estado.
    El 25 de agosto del 2010, Angel Aguirre renunció al PRI, molesto porque no lo designaron candidato a gobernador. El nombramiento recayó en su primo carnal, Manuel Añorve Baños, entonces presidente municipal de Acapulco. Lo irónico del hecho es que Aguirre obtuvo la candidatura de la dirigencia nacional del PRD, impuesta a través de interludios legalistas, por el rehén de la ultraderecha panista y presidente de la republica, Felipe Calderón Hinojosa. En solo cuatro de sus seis años de gobierno (2006 a 2010) fueron asesinadas treinta mil personas por una guerra absurda que inició para legitimar su gobierno, producto de un bien aceitado fraude electoral, en contra de tres de los cuatro principales cárteles del narcotráfico mexicano. De ahí la importancia del libro.

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