miércoles, 27 de octubre de 2010

Guerrero Rojo: una historia de caciques/I

Por Everardo Monroy Caracas
I de XII partes


Prefacio

    En el año de 1996, durante los últimos días del virreinato de Rubén Figueroa Alcocer, el estado de Guerrero enfrentaba aún los embates de la violencia rural, la incertidumbre política y la movilización social para exigir pan, trabajo y orden. La burocracia guerrerense poco o nada podía hacer para salvar a su gobernador que enfrentaba una grave acusación de homicidio múltiple: lo responsabilizaban de ser el autor intelectual del asesinato de diecisiete campesinos pobres de su feudo. La aristocracia política radicada en la ciudad de México preparaba la batalla final para licenciarlo e impedir con esa acción legal, decretada desde el congreso legislativo, nuevas revueltas armadas que alentaran mayor ingobernabilidad en uno de sus principales bastiones de poder económico.
    La cruzada por la paz y el orden la protagonizaban quince personajes de carne y hueso, hombres y mujeres de Iglesia, Estado y Negocios, que desde la histórica capital del país, también llamado Distrito Federal, habían decidido el futuro político de Figueroa ─cano y avejentado por los desvelos y preocupaciones─ y únicamente aguardaban el momento idóneo para coronar al nuevo virrey, su sucesor, y dejar en claro que en territorio mexicano aún era posible hacer uso legitimo de las instituciones y leyes para impedir que abusos de poder, en este caso  de un solo hombre, alentaran insurgencias o revueltas armadas de pobres, intelectuales y analfabetos, y pusieran en riesgo la vida y el patrimonio de la oligarquía y las trasnacionales.
    Un cartelón con letras mal dibujadas sintetizó el propósito de esa realidad.  El 4 de marzo de 1995, en un tramo de la carretera federal México-Acapulco, apareció sobre el pecho ensangrentado y sin vida de un campesino maniatado con cinta canela de manos y pies. Tenía los ojos abiertos, serenos y metalizados, y en la cartulina se leyó:
    “Guerrero, óiganlo bien bola de apestosos y enajenados, no es de los guerrerenses guevones, ignorantes y resentidos. Guerrero, con sus sesenta y cuatro mil kilómetros cuadrados, setenta y seis municipios y ocho mil ranchos, pueblos y ciudades, es propiedad  de cuatro mil familias de bien, honestas, trabajadoras y cristianas, no de los cuatro millones de conformistas que viven de un jodido salario, la migaja oficial y del pinche comercio pueblerino y rascuache”.
    La historia de Guerrero, el bronco, vengativo y sanguinario ─por tanta sangre derramada desde su colonización y fundación como estado─, tomó otro sendero ante mi entendimiento y decidí montarme en la verdad de los hechos y conocer de cerca los acontecimientos políticos del estado. Hechos ocurridos de junio de 1995 a marzo de 1999. No fue una decisión consciente o impulsada por algún tipo de vocación revolucionaria o idealista. No. Simplemente cumplí una orden superior, emanada del director general del periódico donde trabajaba en Ciudad Juárez, Chihuahua y fue así como terminé en un hotel de cuatro estrellas de Acapulco. Hay quienes afirman que el mejor periodista es aquel que desarrolla el oficio entre el alcohol, las putas y el chismorreo de café, porque es ajeno a cualquier fundamentalismo ideológico. Puede ser, pero algo pasa en el interior del periodista cuando ejerce responsablemente su oficio e informa con objetividad la realidad del momento. La empresa que lo respalda dignifica su modo de vivir y le permite convertirse en una especie de investigador privado, algo así como un Philip Marlowe o un Héctor Beloscoaran Shayne.  
    Jamás imaginé que bajo la espesa arboleda serrana, paso forzado de recuas, camionetas de redilas y tráileres cargados de madera fina, iba a enfrentar los sinsabores del miedo, el hambre y  el cansancio ante el afán de conocer los motivos principales que obligaron a doscientos hombres, de raíces indígenas, africanas y españolas,  tomar las armas y secuestrar a adinerados comerciantes, agricultores y ganaderos y asesinar policías y militares. Todo por la injusticia social imperante y las doctrinas asimiladas en viejos textos ingleses, franceses y alemanes: el que los pobres ya no fueran tan pobres y pendejos y los ricos ya no fueran tan ricos y cabrones. El hombre libre y justo al servicio de la colectividad.
    “Que cada quien trabaje según su capacidad y reciba según sus necesidades”. El cristianismo primitivo, de catacumbas, en manos de los ateos del siglo XIX. Ángeles serafines y arcángeles demoniacos edificando el paraíso ideal de los condenados de la tierra. Vegetarianos, veganos y depredadores carnívoros intentando convivir en el mutismo de la ignorancia y el instinto animal. Sin embargo, los griegos Hera y Ares, madre e hijo, galardonarían la audacia e inteligencia humana con la avaricia y envidia e inventarían los uniformes de tela o metálicos, los distintivos dorados en forma de barras, cruces o círculos y el nitrato potásico, el carbón y el azufre encapsulados.
    Dentro del cuerno de la abundancia o el tarro construido en la orografía del éxito ─México posándole a pintores y escultores del Monte Olimpo─, los guerrerenses obtuvieron una buena tajada: zinc, plata, oro, lechos de arena con cerveza y aguas urinarias, viento armonizante, gardenias y jazmines, lluvia cantarina y electrizante, hielo de sabores y colores, calor húmedo y templado, granito, mármol, parota, calhidra, hidrogeno y oxigeno en abundancia, pino, cedro, epazote, café, caña de azúcar, ruda, tabaco, nitrógeno, petróleo putrefacto, yerbabuena y yerbamala fumable o inyectable; maíz blanco, amarillo, negro y azul; arroz y frijol; cloruro de sodio cristalizado y cicatrizante... También terminaron bajo el regazo amoroso de la mar del pacifico, acunados entre los brazos hidratantes del Balsas y el Papagayo y su intrincado sistema circulatorio, amamantador, de aguas limpias, frescas e insalubres, que aún irriga sus comarcas, sabanas, junglas, valles y bosques tropicales. Cada montaña serrana lagrimeaba imparable y enjugaba su llanto aullador con pañuelos verdes de manglares y palmares y hojas frescas de madroño, pochote, aile y huanacastle.
    Hombres y mujeres de la sierra y el trópico sureño sin principio ni fin. Envilecidos por los descendientes directos del europeo aventurero y conquistador  y sus narigudos banqueros paridos en las tierras de Canaán y arrojados del reino de Judá por Nabucodonosor II, seiscientos años antes de que la Roma imperial persiguiera, encarcelara, torturara, asesinara y liberara a los seguidores  de un modesto militante nazareno. Las poderosas mareas del Atlántico los trajeron en bergantines de madera de pino calafateado y en menos de trescientos años, con la ayuda de la pólvora y el crucifijo, ya eran dueños del continente americano y habían llenado de socavones los acantilados y laderas de Guerrero en su afán de extraer metales preciosos y tesoros enterrados por los nativos y sus dioses (olmecas, teotihuacanos, purépechas, chontales, tlapanecos, yopis…).
    Figueroa provenía de un mestizaje caciquil tarasco-español y desde su arribo a la gubernatura, el 1 de abril de 1993, dejó sentir su don imperial para obstaculizar el avance de la izquierda guerrerense. Su principal adversario político, Félix Salgado Macedonio era oriundo de la región de Tierra Caliente y militante del Partido de la Revolución Democrática. El 21 de febrero de 1993 fue derrotado en las urnas y argumentó ante los órganos de arbitrio electoral que durante la jornada predominó la compra y robo de sufragios a favor de Figueroa, su ex compañero en la cámara de diputados federal. Por lo tanto, no reconoció la legalidad de los comicios y con sus seguidores bloqueó los principales accesos al Palacio de Gobierno, construido en el siglo XIX. Durante varias semanas, el nuevo mandatario atendió los asuntos públicos en una especie de bunker, bautizado como Casa Guerrero, y donde los gobernadores en turno arman sus estrategias extralegales de política partidista para reafirmar su mando y deshacerse de sus molestos enemigos.
    Salgado Macedonio provenía de una familia humilde de Ciudad Altamirano y era proclive a la bohemia y al enfrentamiento verbal. Su mayor mérito fue el haber comido alacranes durante su infancia, emerger de la pobreza a la riqueza dentro del negocio de la política contestataria, terminar su carrera profesional de ingeniero agrónomo –que jamás ejerció-- y encabezar a miles de sus paisanos, resentidos por el fraude electoral de 1988, para que intentaran derrocar a la oligarquía priista a través de arengas, plantones, pintas, caminatas, votos y mentadas de madre.  Su tenacidad y sagacidad le permitieron participar en 1989 en la construcción del PRD al que representó como su primer dirigente estatal en Guerrero. Por ese merito, si así puede llamársele, obtuvo una diputación federal e inició su colección de cargos públicos, autos antiguos, motocicletas en forma de armadillo y compañeros y compañeras de parranda. Desde esa trinchera parlamentaria atrajo los reflectores de la prensa nacional e internacional y se convirtió en una especie de defensor a ultranza de los pobres. En menos de cinco años ya era todo un personaje mediático, actor de cine y el único, dentro de la izquierda guerrerense, para competir por la gubernatura.
    Por su parte, Figueroa pertenecía a una estirpe caciquil, producto de la revolución mexicana de 1910. Su padre, Rubén Figueroa Figueroa fue gobernador de Guerrero de 1975 a 1981 y durante más de tres meses (30 de mayo de 1974 al 8 de septiembre de 1974) estuvo secuestrado por un grupo guerrillero de su estado. Tras su liberación, centró todo su poder político y económico para combatir a los insurgentes, comandados por un maestro rural de Atoyac de Álvarez: Lucio Cabañas Barrientos. De acuerdo a información proporcionada por la Comisión Nacional de Derechos Humanos, durante el mandato de Figueroa Figueroa se registraron 482 desaparecidos políticos.
    Mientras su padre gobernaba, Figueroa Alcocer se dedicó a cuidar los negocios del clan y en 1978, por sugerencia paterna, incursionó abiertamente en la política partidista. El PRI lo hizo diputado federal y le entregó en charola de plata la comisión de Comunicaciones y Transporte de la LI legislatura. La iglesia en manos de Lutero. Gran parte de la fortuna de los Figueroa precisamente se fincó en el negocio del transporte público, la ganadería y la venta de granos y fertilizantes. Le tenía una gran fobia a la izquierda doctrinaria, al igual que su padre, e hizo lo propio para combatirla y desprestigiarla. Son históricas sus reuniones con ricos ganaderos y agricultores de Guerrero, donde a puerta cerrada les advertía sobre los peligros del comunismo y el ascenso de la guerrilla rural en el estado. Por lo mismo, los invitaba a cerrar filas e invertir en la destrucción de ese enemigo letal: la ultraizquierda de corte maoísta. En su cruzada anticomunista contaba con el apoyo de la Secretaría de la Defensa y de todas las corporaciones policiacas.
    Y dos hechos trascendentales le abonaron un mayor miedo a la oligarquía guerrerense: el surgimiento en Chiapas del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional,  grupo guerrillero integrado por indígenas y mestizos, y el asesinato del candidato del PRI a la presidencia de la república, Luis Donaldo Colosio Murrieta. Ambos hechos acontecieron en los primeros tres meses de 1994, durante el reinado de Carlos Salinas de Gortari y el virreinato en Guerrero de Figueroa Alcocer, quien un año después estaría envuelto en un escándalo judicial: la ejecución de diecisiete campesinos enhuarachados y pobres. Por lo mismo, era inminente su derrocamiento y el ascenso de nuevos cacicazgos emergentes.

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